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Vero y Ana se fueron a Roma

Cuando desde el Gregorio Fernández nos comunicaron la posibilidad de participar en el Programa Erasmus Plus, no nos lo pensamos dos veces. Siempre habíamos querido vivir en el extranjero durante un tiempo para empaparnos en una cultura diferente y este programa, además, nos ofrecía poder conocer de cerca el mundo laboral en otro país.

La primera cuestión que surgió

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fue elegir el país en el que realizar la Erasmus. Esto tampoco fue complicado para nosotras ya que siempre hemos tenido un cariño especial hacia Italia. Además, viniendo nosotras del ámbito turístico, Italia es un destino único para ampliar la experiencia en el sector del turismo cultural, sin olvidar que algo sabíamos ya del idioma y cultura del país, por lo que el programa nos iba a permitir profundizar en el conocimiento de la lengua.

Algo que nos resultó más sencillo de lo que en principio imaginábamos fue encontrar la empresa en la que realizar el periodo formativo. Debíamos buscar la empresa nosotras mismas y en un periodo algo complicado para las empresas turísticas, las Navidades. ¿Cómo buscar una empresa turística en un país en el que careces de referencias y contactos? Por fortuna nos encontramos en la era de la supremacía de Internet y las redes sociales, lo que hicimos fue enviar la información del programa y nuestra solicitud por e-mail a diferentes empresas del ámbito turístico de algunas ciudades italianas y esperar a que alguna respondiera, y vaya si lo hicieron. Realizamos varias entrevistas a través de Skype para explicar con mayor profundidad el programa y poder conocer el funcionamiento de las empresas de un modo más personal, de nuevo la globalización facilitó enormemente esta tarea. Ahora nos tocaba a nosotras seleccionar las propuestas que nos resultasen más interesantes y, finalmente nos decantamos por un hotel de tamaño medio en el centro de Roma.

Cuando creíamos que ya habíamos hecho lo más difícil comenzaron los verdaderos quebraderos de cabeza: los trámites de la Seguridad Social para conseguir la tarjeta sanitaria europea, la búsqueda del alojamiento, los billetes de avión, el equipaje… Un sinfín de trámites y preparativos realizados en un tiempo record y con los nervios que implica emprender un largo viaje y comenzar una experiencia nueva.

Y llegó el momento del viaje, fuimos unos días antes de empezar para poder instalarnos con cierta calma y hacernos con el ritmo de una ciudad grande, caótica y tremendamente vital.

Pero “il dolce fare niente” duró poco, en cuanto nos incorporamos al hotel entendimos que el trabajo en la recepción en un lugar tan turístico como Roma no iba a ser precisamente “pan comido”. El hotel estaba prácticamente lleno a diario, los turistas procedían de todos los rincones del planeta y el trabajo era frenético. Había mucho que aprender y el tiempo era muy limitado, no sólo teníamos que aprender los procedimientos concretos del hotel sino también el vocabulario específico del mundo de la hotelería y el turismo en italiano.

Cada día era una anécdota nueva, es lo que tiene el trato directo con el cliente y más aún cuando se está en un destino que aglutina perfiles tan diversos como Roma (desde el ejecutivo, hasta el grupo de monjas, pasando por los viajes de estudios). La experiencia nos sirvió además para perfeccionar no sólo el italiano sino otras lenguas como inglés o francés.

En líneas generales el trabajo en el hotel era divertido aunque en más de una ocasión echamos en falta algo de comprensión y paciencia por parte de los trabajadores del hotel, pues no se daban cuenta de que algunas tareas resultaban un verdadero reto para nosotras (no lo habíamos hecho antes y además el idioma no es el nativo) pero posiblemente se debiera al ritmo frenético de trabajo.

Además de la experiencia laboral, lo más positivo es poder conocer una cultura nueva de un modo pausado. Poder vivir una ciudad diferente, en lugar de sobrevolarla con ojos de turista. Poder hacer amigos nuevos, gente a la cual no habrías conocido sin participar en algo así. Y lo más importante, te das cuenta de los propios límites, sabes que serás capaz de enfrentarte a nuevos retos en el futuro.

En nuestro caso, la experiencia fue aún mejor porque pudimos compartir la experiencia en lugar de afrontarla en solitario.

Cuando uno vive fuera aprende a relativizar y se da cuenta de que las cosas fuera funcionan de otra manera, pero sólo es cuestión de habituarse a las nuevas reglas del juego.

Nuestra recomendación sincera es que os animéis a participar en este programa, pues os dará una oportunidad única de vivir una experiencia enriquecedora en todos los aspectos.

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